Por Héctor Aredes
@hector.aredes
En el año 2000, una película cambió el mapa del turismo global. “La Playa”, protagonizada por un joven Leonardo DiCaprio, no solo fue un éxito de taquilla: fue una postal cinematográfica que despertó en millones de espectadores el deseo de escapar, de buscar ese paraíso escondido que parecía inalcanzable. Y ese paraíso tenía nombre y coordenadas: Maya Bay, en las islas Phi Phi de Tailandia.
Desde que vi la película siempre quise ir ahí. Un vuelo de poco mas de dos horas desde Chiang Mai me dejo en Phuket. Ya estoy en el sur de Tailandia, donde el mar de Andamán y sus aguas turquesas acarician playas de arena blanca, y surrealistas acantilados de piedra caliza se alzan como esculturas naturales. Es uno de los rincones más soñados del Sudeste Asiático y del planeta, donde el mar color esmeralda es hogar de arrecifes de coral, un verdadero edén de aguas tibias y celestes.
Phuket, la isla más grande de Tailandia, es mucho más que resorts de lujo y vida nocturna. Es un crisol de culturas donde se mezclan herencias tailandesas, chinas y malayas. Con más de 30 playas de ensueño, esta isla no solo ofrece playas paradisíacas, sino también una magnífica mezcla de culturas, sabores y experiencias.
Phuket es templos dorados, es cocina picante y exquisita en los mercados nocturnos, y es la sonrisa amable de sus habitantes. Aquí, cada atardecer sobre el océano es un recordatorio de porqué esta isla se ha convertido en un destino soñado. En Phuket el ritmo se desacelera, el mar tiene mil tonos, y la hospitalidad tailandesa se siente en cada saludo. Ya sea para relajarse en una playa solitaria, bailar hasta el amanecer, o simplemente mirar el horizonte desde una hamaca, este rincón del mundo es un regalo para los sentidos.
Patong Beach es la parada obligada. Cuando el sol se esconde se encienden las noches mas frenéticas y alocadas de Tailandia, donde todo vale y Bang Lang Road es el epicentro. Sus bares con música muy fuerte y grandes pantallas que irradian los partidos de la liga inglesa mientras se derraman litros de cerveza, alternan con discos y cabarets donde las famosas ladyboys parecen crear espejismos entre las luces de neón. En cada metro de esta calle del pecado se oyen todos los idiomas del mundo, y a cada paso un vendedor se te acerca realizando todo tipo de propuestas.
Pero Tailandia también celebra su cultura a través de festivales vibrantes, y tuve la suerte de llegar a tiempo y vivir la increíble experiencia del festival de “Loy Krathong” en las playas de Phuket. Ver las costas iluminadas con cientos de pequeñas balsas hechas de hojas de plátano y decoradas con flores y velas en honor a la diosa del agua, mientras la música, los bailes y los aromas de los mercados mezclan a locales y a turista, fue una experiencia inolvidable, y también una conexión entre lo espiritual, lo natural y lo humano que nunca olvidaré. Volví en tuk tuk a mi hotel en la Karon Beach solo pensando en la aventura soñada que me esperaba al día siguiente.
Se amanece temprano en Tailandia. Después de un viaje de unos 45 minutos en lancha rápida, el horizonte se abrió como una postal soñada y las islas Phi Phi derramaron frente a mis ojos su belleza exuberante. Después de una caminata por la selva, frente a mí, rodeada por esos icónicos acantilados de piedra y besada por un mar que parecía pintado con acuarelas, emergió Maya Bay, un escenario sagrado de la naturaleza, una sinfonía de luz y agua que me dejó sin aliento.
Maya Bay, es una ensenada de aguas turquesas y arena blanquísima en la isla de Phi Phi Leh. La película de Leo Di Caprio convirtió a esta playa en el símbolo perfecto del “paraíso perdido”. Aquí el silencio del paisaje sobrecoge, como si el mundo se detuviera por un instante.
Cuando se estrenó la película, casi nadie sabía dónde quedaba estaba playa perdida en los confines del mundo. A medida que crecía la popularidad de la película, también lo hacía el interés por Tailandia. Las islas Phi Phi, antes conocidas solo por mochileros, comenzaron a atraer a turistas de todo el mundo, incluidos aquellos que no tenían experiencia viajando por Asia.
Para muchos, visitar Maya Bay se convirtió en un rito. No era solo una playa bonita: era la posibilidad de vivir una escena de la película, de encontrar su propia «playa», de experimentar lo salvaje, lo puro, lo alejado del mundo moderno. La Playa no vendía un destino, vendía una idea: la del viajero auténtico, libre y valiente.
Lo que nadie imaginó fue que ese mismo paraíso terminaría en peligro precisamente por haber sido encontrado. Maya Bay se convirtió en un fenómeno global. Durante años, su fama atrajo a miles de visitantes diarios, provocando un daño ecológico significativo. En respuesta, las autoridades tailandesas cerraron la playa en 2018 para permitir su regeneración natural.
Hoy, Maya Bay ha reabierto con restricciones. No se puede nadar directamente en sus aguas, pero eso no resta ni una pizca de emoción al momento. Al contrario: la preservación ha elevado la experiencia a una conexión más profunda. Se respira un aire de respeto, de contemplación.
Lo que antes era una postal desbordada, ahora es un ejemplo de conservación. La arena blanca intacta, el agua de un turquesa indescriptible y el verde selvático que trepa por las rocas ofrecen una experiencia más íntima y respetuosa con el entorno.
La Playa sigue atrayendo a viajeros a Phi Phi. Aunque las reglas han cambiado, el deseo de descubrir ese lugar especial —aislado, bello, casi irreal— sigue vivo. Y Maya Bay conserva la magia que encendió aquella película: la promesa de una experiencia que trasciende la postal. Y es que Maya Bay sigue siendo hermosa, quizás más que nunca.
Me subí nuevamente a la balsa decorada con flores con la que recorrí toda la isla, hicimos una última parada y me zambullí en las aguas de ensueño mientras me rodeaban cientos de peces de colores. Los rosas y naranjas del atardecer señalaban que este día mágico había llegado a su fin. Me fui lentamente mirando hacia atrás. Fue otro día en el paraíso, otro instante imborrable de esta Tailandia maravillosa que jamás olvidaré. Nuevos destinos me esperan, porque siempre, siempre hay mas historias por descubrir.
GRACIAS HÉCTOR!!!
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