Mercedes, 20 años.
Porque: ¿qué significa olvidar? ¿Morir? ¿Dormir? En los brazos del sueño, ha
esperado conseguir, aunque efímero, cierto alivio; cuando no ha podido dormir, ha creído
preferible morir. Sin embargo, se ha contentado con el territorio ambiguo, pesado,
impaciente del sueño de los barbitúricos. La Señora Forget no ha conseguido olvidar.
Actriz de mala muerte –esto es obvio- frecuenta los últimos tiempos el Museo del Cine,
donde contratan de tanto en tanto a actores desahuciados para que guíen a los visitantes por
la Babel de voces de los pasillos, enfundados en ropajes teatrales que huelen a polilla: son
como fantasmas que vagan por laberintos apenas iluminados, prontos a desaparecer
después de su pequeño parlamento. Así la han contratado dos o tres veces a Mrs. Forget
que entonces abandona con entusiasmo su refugio de Southfields, arropada en una boa
innecesaria de plumas negras, con su pelo oscuro cayendo liso bajo una boina pequeña,
excesivamente maquillados los ojos, la boca sin embargo blanca. Una de esas tardes –cae
una fina llovizna sobre Londres- nos cruzamos en la puerta del edificio que compartimos y
yo adivino que es Mrs. Forget, la dueña de los gatos que a veces escapan sin ruido
escaleras arriba y se quedan frente a la puerta de mi cuarto como espectros inmóviles que
apenas respiran. Me mira Mrs. Forget con los ojos profundos de sombras violáceas, un
instante me mira, y la veo perderse entre la gente que atraviesa apurada la calle; y ése es
nuestro único encuentro en meses hasta que otra tarde -va cayendo una noche espesa de
invierno, acerada, solísima- avisto a Mrs. Forget en una mesa del pub de la esquina,
también solísima, mirando sin despegar los ojos un vaso de cerveza negra intocado, ajena a
los bebedores bulliciosos, exultantes. No sé si hacia Mrs. Forget me dirige cierto hastío de
vivir, cierta curiosidad un tanto literaria: quizás un personaje para que alguna vez, una
línea en algún cuento… Mrs. Forget casi no habla. Me pregunta sin demasiado interés sobre
mi vida, qué hago en Londres, qué hice este día. Durante tres horas, bajo la lluvia, busqué
Maresfield Gardens, la calle donde vivía Freud en el Barrio Judío.Fue tan emocionante: su
casa, sus pequeñas estatuas, el diván. Sigue Mrs. Forget escuchando sin interés. ¿Sabía
Mrs. Forget que el hijo reconstruyó para Freud en Londres su célebre consultorio de Viena,
el que tuvo que abandonar por la fuerza? Y para qué, dice Mrs. Forget encogiendo los
hombros y sin levantar la mirada. No lo sé, digo yo, ya un poco confundida: supongo que
para que no olvidara. Pero entonces, dice Mrs. Forget y me mira por primera vez a los ojos
con sus ojos violáceos, pero entonces, ¿hay quienes pueden vivir sin olvidar?
Anoche le he escrito a Mrs. Forget. En la página blanca, sólo una palabra: “No”.
-María Mercedes De Giusto-
Psicóloga, escritora entrerriana- (Buenos Aires, 28 de julio de 1953-Paraná, Entre Ríos 17
de octubre 2006).Porque: ¿qué significa olvidar? ¿Morir? ¿Dormir? En los brazos del sueño, ha
esperado conseguir, aunque efímero, cierto alivio; cuando no ha podido dormir, ha creído
preferible morir. Sin embargo, se ha contentado con el territorio ambiguo, pesado,
impaciente del sueño de los barbitúricos. La Señora Forget no ha conseguido olvidar.
Actriz de mala muerte –esto es obvio- frecuenta los últimos tiempos el Museo del Cine,
donde contratan de tanto en tanto a actores desahuciados para que guíen a los visitantes por
la Babel de voces de los pasillos, enfundados en ropajes teatrales que huelen a polilla: son
como fantasmas que vagan por laberintos apenas iluminados, prontos a desaparecer
después de su pequeño parlamento. Así la han contratado dos o tres veces a Mrs. Forget
que entonces abandona con entusiasmo su refugio de Southfields, arropada en una boa
innecesaria de plumas negras, con su pelo oscuro cayendo liso bajo una boina pequeña,
excesivamente maquillados los ojos, la boca sin embargo blanca. Una de esas tardes –cae
una fina llovizna sobre Londres- nos cruzamos en la puerta del edificio que compartimos y
yo adivino que es Mrs. Forget, la dueña de los gatos que a veces escapan sin ruido
escaleras arriba y se quedan frente a la puerta de mi cuarto como espectros inmóviles que
apenas respiran. Me mira Mrs. Forget con los ojos profundos de sombras violáceas, un
instante me mira, y la veo perderse entre la gente que atraviesa apurada la calle; y ése es
nuestro único encuentro en meses hasta que otra tarde -va cayendo una noche espesa de
invierno, acerada, solísima- avisto a Mrs. Forget en una mesa del pub de la esquina,
también solísima, mirando sin despegar los ojos un vaso de cerveza negra intocado, ajena a
los bebedores bulliciosos, exultantes. No sé si hacia Mrs. Forget me dirige cierto hastío de
vivir, cierta curiosidad un tanto literaria: quizás un personaje para que alguna vez, una
línea en algún cuento… Mrs. Forget casi no habla. Me pregunta sin demasiado interés sobre
mi vida, qué hago en Londres, qué hice este día. Durante tres horas, bajo la lluvia, busqué
Maresfield Gardens, la calle donde vivía Freud en el Barrio Judío. Fue tan emocionante: su
casa, sus pequeñas estatuas, el diván. Sigue Mrs. Forget escuchando sin interés. ¿Sabía
Mrs. Forget que el hijo reconstruyó para Freud en Londres su célebre consultorio de Viena,
el que tuvo que abandonar por la fuerza? Y para qué, dice Mrs. Forget encogiendo los
hombros y sin levantar la mirada. No lo sé, digo yo, ya un poco confundida: supongo que
para que no olvidara. Pero entonces, dice Mrs. Forget y me mira por primera vez a los ojos
con sus ojos violáceos, pero entonces, ¿hay quienes pueden vivir sin olvidar?
Anoche le he escrito a Mrs. Forget. En la página blanca, sólo una palabra: “No”.
-María Mercedes De Giusto-
Psicóloga, escritora entrerriana- (Buenos Aires, 28 de julio de 1953-Paraná, Entre Ríos 17
de octubre 2006).
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